Tokio Blues (norwegian Wood) by HARUKI MURAKAMi

Tokio Blues (norwegian Wood) by HARUKI MURAKAMi

autor:HARUKI MURAKAMi [MURAKAMi, HARUKI]
La lengua: eng
Format: epub
editor: ePub Bud (www.epubbud.com)
publicado: 2010-09-04T16:00:00+00:00


Volvimos a la cafetería un poco antes de las tres. Reiko estaba leyendo un libro mientras escuchaba el Segundo concierto para piano de Brahms. Era una gozada oír la música de Brahms sonando en aquel prado sin un alma, hasta donde alcanzaba la vista. Reiko acompañó silbando el pasaje de violonchelo que abre el tercer movimiento.

—Backhaus y Böhm —dijo Reiko—. Durante un tiempo escuché tanto este disco que lo gasté. Lo escuché de principio a fin.

Naoko y yo pedimos una taza de café.

—¿Habéis podido hablar? —le soltó Reiko a Naoko.

—Sí, mucho —respondió ella.

—Después ya me contarás los detalles. Cómo ha estado él y todo eso.

—Si no hemos hecho nada. —Naoko se sonrojó.

—¿De verdad? —me preguntó Reiko.

—No, no hemos hecho nada.

—¡Qué aburrimiento! —Reiko puso cara de hastío.

—Pues sí. —Y tomé un sorbo de café.

Durante la cena el comedor ofrecía un panorama muy parecido al del día anterior. La atmósfera, el tono de las voces, las caras de la gente, todo era idéntico, sólo difería el menú. El hombre de la bata blanca a quien tanto interesaba la secreción de los jugos gástricos en estado de ingravidez se sentó con nosotros y estuvo hablando de la correlación entre el tamaño del cerebro y la inteligencia. Mientras comíamos nuestra hamburguesa de soja, escuchamos sus explicaciones sobre la capacidad cerebral de Bismarck y de Napoleón. Dejó su plato a un lado y, con un bolígrafo, dibujó un cerebro en un bloc de notas. Luego se afanó en corregirlo exclamando:

—¡No, no es exacto!

Una vez lo dio por bueno, se guardó con extremo cuidado el bloc en el bolsillo de la bata blanca e insertó el bolígrafo en el mismo bolsillo. De él asomaban tres bolígrafos, un lápiz y una regla. Después de comer pronunció las mismas palabras que el día anterior: «Aquí el invierno está muy bien. Vuelva usted en invierno». Acto seguido se fue.

—¿Este hombre es un médico o un paciente? —le pregunté a Reiko.

—¿A ti qué te parece?

—No tengo ni idea. Pero no me parece muy cuerdo.

—Es un médico. El doctor Miyata —explicó Naoko.

—Es el que está más loco. Puedes apostar por ello —dijo Reiko.

—Quizá, pero el señor Ōmura, el guardia de la entrada, también está muy mal de la cabeza —añadió Naoko.

—Cierto. Ése está chiflado —asintió Reiko clavándole el tenedor al bróculi de su plato—. Ése hace gimnasia todas las mañanas dando alaridos. Pero no es el único. Antes de que llegara Naoko, en contabilidad había una tal señorita Kinoshita, que estaba neurótica e intentó suicidarse, y también rondaba por aquí un enfermero, el señor Tokushima, que era alcohólico. El año pasado empeoró hasta el punto de que lo cesaron.

—Es como si el personal de la plantilla y los pacientes pudieran intercambiarse los papeles —dije asombrado.

—¡Exacto! —exclamó Reiko blandiendo el tenedor en el aire—. Veo que vas entendiendo cómo funciona el mundo.

—Eso parece.

—Lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales —reflexionó Reiko.



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